CompeticiónEl retrovisor

Vittorio Brambilla, Monza en las venas

En un garaje de Monza, próximo al mítico autódromo, colgaba en el techo el viejo alerón delantero de un March de Fórmula 1. Exhibía las heridas provocadas por una salida de pista y, sin embargo, simbolizaba la mayor gesta de un piloto, Vittorio Brambilla.

Su nombre no figura entre los más premiados de la Fórmula 1, ni siquiera está en el medio de la tabla. En 74 grandes premios, disputados entre los años 1974 y 1980, acumuló tan solo una victoria, dos récords de vuelta y 16,5 puntos. Por las venas de Carlo Brambilla, su padre, corría gasolina en lugar de sangre, como era el caso de muchos conciudadanos suyos de Monza. Carlo corría en moto, y lo hacía de forma brillante, y como tantos pilotos de su época abrió un garaje. Sus hijos, Ernesto, llamado Tino familiarmente, y Vittorio, nacidos respectivamente en 1934 y 1937, crecieron entre aquellas paredes del negocio paterno, rodeados de motos, de fotos de pilotos legendarios, y de carteles de la firma Guzzi, de la que su padre era concesionario.

Tras los estudios básicos, Vittorio se puso a trabajar en el taller, junto a Tino, que compaginaba su trabajo con el pilotaje de motos en competición, carrera iniciada a principios de los años 50. Y esta misma trayectoria la seguirá Vittorio, que se convierte en campeón de Italia en 1958 con una Parilla 175. Y es segundo al año siguiente, en que compagina carreras con el servicio militar. Se cuenta que Tino y Vittorio llegaban todas las mañanas a trabajar en sus motos. Para entrar al garaje, negociaban una horquilla previa, como si estuvieran en un circuito, y entraban a fondo en el taller. La puerta siempre estaba abierta, pero un día su padre se olvidó de hacerlo y ambos hermanos acabaron aplastados contra ella, como en una película de dibujos animados.

Karts, motos …

Vuelve a la vida civil, a las carreras y aún tiene tiempo de casarse. Su talento en pista es indiscutible y decide pasarse a los karts, logrando el campeonato del mundo 200cc en 1963. Las obligaciones familiares le apartan de la pista a la que vuelve en 1968, con una Aermachi 250, y logra el campeonato italiano, gesta que repite al año siguiente. E igualmente se dedica a la competición sobre cuatro ruedas, debutando con un viejo Fórmula 3 de Tino, en Monza, en 1968. Su carrera en dos ruedas es brillante, e incluso recibe la promesa de pilotar una moto oficial de MV para 1972, promesa que la firma del conde Agusta no cumple.

… y vuelta a los coches

Desilusionado, Vittorio deja la moto y se dedica al cien por cien a las carreras de coches. Aquí su palmarés es también brillante, con una treintena de triunfos en F3, entre 1969 y 1972, temporada refrendada con el título de campeón. En 1970 había debutado en la F2 , categoría en la que Tino ya había demostrado su valía. Es en esta época cuando, inspirado por el carácter fuerte y batallador de ambos hermanos, y aún más por sus maneras rudas, el periodista británico Mike Doodson les bautiza como ‘los gorilas de Monza’. Esta personalidad poco sofisticada y próxima a su clientela, hizo que la firma de herramientas Beta, se decidiese a patrocinarle con absoluta fidelidad desde 1972 a 1978.

En la Fórmula 1: un triunfo inolvidable

Gracias a este apoyo, y a sus dos triunfos en 1973 en F2 (Salzbourg y Albi), en 1974 desembarca en la Fórmula 1 ¡con 37 años! Correrá en la máxima especialidad con un March, con Surtees en 1977 y 78. Y terminó su carrera con Alfa Romeo. De todas, la de 1975 fue su mejor temporada. En Suecia hizo la ‘pole’ y en Austria ganó. Sobre la ‘pole’ se ha discutido mucho hasta el punto que Robin Herd (la H de March) ha contado años después cómo los mecánicos del equipo descubrieron que la célula de cronometraje, situada cerca de su box, se podía manipular discretamente pasando con un panel por delante…. Triunfo en Zeltweg Pero el triunfo de Zeltweg fue indiscutible e histórico. En una pista inundada, Brambilla dominó de forma magistral a la élite de pilotos del momento, conduciendo bajo una cortina de agua que reducía la visibilidad a pocos metros. Su cabalgada en cabeza de carrera era espectacular. Conducía como si el estado de la pista no le afectase. La imagen del March naranja saltando sobre el rasante tras la línea de boxes parecía venir de otro mundo. En la vuelta cuarenta la pista estaba tan impracticable, que el director de carrera decidió dar por finalizada la prueba, y la bandera a cuadros se agitó ante Vittorio. El italiano, eufórico, soltó el volante al pasar la línea de llegada, para celebrar su triunfo alzando los pulgares al cielo, en un gesto soñado durante años. Y perdió el control del March, que se estrellaría contra un guardarraíl, destrozando todo su frontal. Con el coche en penoso estado completó la vuelta de honor entre el entusiasmo de todo el mundo. Y cuando volvió a casa, a su garaje, colgó el desfigurado morro, con el símbolo de la llave inglesa de Beta, en un lugar de honor.

Brambilla demostró un año después, en Monte Fuji, que la lluvia se le daba bien. El circuito nipón era otro escenario dantesco aquel 24 de octubre de 1976. James Hunt y Niki Lauda se jugaban el título bajo el diluvio, pero quien se alejó en cabeza era Brambilla. Antes del ecuador de carrera, el italiano ya llevaba veinte metros de distancia a Hunt. Pero de pronto el March naranja se sale de la pista y se queda hundido en la hierba; la gesta de Zeltweg no se repetirá.

Tras March, fichará por otro equipo Surtess, en 1977. Y será el único piloto del equipo británico que logrará tres resultados entre los diez primeros, con el TS20.

Con Alfa Romeo

En 1978, en el accidente de Monza que costó la vida a Peterson, una rueda suelta voló sobre el Surtess golpeando el cráneo de Vittorio, dejándole gravemente herido.

Recuperarse le llevará varios meses, y tan solo ya disputará dos grandes premios en 1979 y otros dos en 1980, todos ellos con Alfa Romeo. La marca del Biscione apreciaba mucho a Brambilla: Vittorio había sido clave en la consecución del Campeonato del Mundo de Sports de 1977, con el Alfa T33 SC 12.

A finales de 1980 decide colgar el casco. Quizás con tan solo 16,5 puntos en 74 grandes premios, alguien podría pensar que el nombre de Vittorio se olvidaría pronto. Craso error. Fue uno de los pilotos más queridos por sus compañeros y jefes de quipo.

Robin Herd recordaba; «el problema era su carácter impulsivo, pero eso es lo que se puede esperar de un nativo de Monza, de un corredor auténtico y de un tipo maravilloso». Un responsable de Surtess contaba que Brambilla era una persona fantástica: «vivía en un bloque de pisos y en el sótano tenía un banco de pruebas de motresd. A veces temblaba todo el edificio, pero los vecinos le adoraban».

Si, todos le adoraban. Los tifosi compraban a sus mecánicos los trozos de los coches que rompía, y los guardaban como verdaderas reliquias. Miles de esos tifosi le aplaudirán hasta la extenuación cuando en mayo de 1999, en un homenaje en Monza, rodó por última vez al volante del naranja March Beta 751 Nº9. En mayo de 2001 se encontraba cortando el césped en su casa cuando de pronto, su corazón, su enorme corazón, dejó de latir.

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