Esta noche termina el Rallye Monte-Carlo Historique. Y los participantes afrontan uno de los tramos más legendarios de la historia de los rallyes, el Turini.
Representa en una treintena de kilómetros toda la esencia de la prueba monegasca: un paisaje típico de los Alpes Marítimos, con barrancos, un centenar de curvas cerradas subiendo y bajando y -frecuentemente- nieve y hielo. Es una prueba casi siempre decisiva en el desarrollo del rallye y un espectáculo increíble para los aficionados, especialmente cuando se celebra de noche.
La cima del Turini se convierte en un campamento improvisado de miles de espectadores, que soportan el gélido frío y la ventisca para ver pasar a sus ídolos por la breve «ese» que comunica la subida con el descenso. El último toque de magia lo ponía tradicionalmente la noche: desde 1962, el Turini se disputaba una media de tres veces durante la última jornada de competición. Y allí se arremolinaban cientos de espectadores, miles… sembrando la nieve de fogatas y agolpándose en las cunetas para ver pasar los coches derrapando, apenas unos segundos antes de volver a perderse en la oscuridad entre un ruido atronador.
Cada coche, un estallido de luz. Primero por las baterías de faros que iban iluminando alternativamente los costados de la carretera en el «zig-zag». Pero también por el diluvio de «flashes» de las cámaras de los espectadores y periodistas, que iban dando iluminación a la escena en cortas milésimas de segundo, como una lámpara estroboscópica. Un espectáculo casi fantasmal, un «visto y no visto» cada minuto, acompañado del bramido de los motores y de los gritos de ánimo de los aficionados…
Los pilotos temen y adoran al mismo tiempo el paso por el Turini. En una etapa nocturna de un rallye todo es concentración y oscuridad, sólo rotas por los molestos «flashes» en algunas curvas… Pero coronar el Col de Turini es como irrumpir en el centro de una tormenta de rayos y truenos. Es difícil no perder el hilo del copiloto y despistarse con la algarabía. Y aún más: también hay que estar atentos a las «gracias» de los espectadores. A muchos no les importa el rallye, ni el trabajo de los equipos, sino ver derrapar a los coches; y arrojan paletadas de nieve al asfalto o cubos de agua para que se congele. Los años «secos» son los peores, porque las placas de hielo artificiales aparecen de la nada, sin que los «ouvreurs» que pasan delante puedan detectarlas y avisar a los pilotos.
Estas actividades incívicas han ido controlándose por la organización en los últimos años, pero hasta esta última década eran una maldición. Hay una larga lista de accidentes provocados por gamberros que han costado el rallye a los favoritos.
Hay muchas anécdotas del Monte-Carlo relacionadas con el tema. Por ejemplo, el Alpine A110 de Gerard Larrousse lideraba la prueba en 1968 cuando se encontró un montón de nieve depositado por los espectadores a la salida de una curva… chocando contra la pared de roca. Aunque peor le fue al sueco Bjorn Waldegaard en 1979, cuando se encontró dos grandes piedras colocadas en su camino, que le hicieron perder el rallye en favor del francés Darniche. Incluso en 2005 una placa de hielo creada por los «aficionados» produjo los serios accidentes de Grönholm (Peugeot) y Solberg (Subaru), que marchaban entre los primeros clasificados.
Pero el Turini también ha sido protagonista de grandes gestas deportivas, como el famoso triunfo de Jean-Claude Andruet con Alpine en 1973, que -pese a hacer una de las pasadas con un neumático pinchado- logró recuperar el liderato a Anderson y Nicolás, que cometieron errores. O como cuando Carlos Sainz (Toyota Celica) derrotó allí a François Delecour (Ford Sierra Cosworth 4×4) en 1991: el francés no aguantó la presión y arrancó una rueda. Para SEAT, Cañellas y Zanini hicieron “magia” en un impracticable Turini de la edición de 1977, en la que los “taxis” españoles subieron al podio absoluto del Monte-Carlo. 22 años después, el SEAT Córdoba WRC, pilotado por Piero Liatti y Harri Rovanperä, consiguió su primer scratch en el tramo más famoso del mundo.
Normalmente, el tramo se disputa desde Sospel a La Bolléne y, en ocasiones, a la inversa. En cualquier caso, son 32 kilómetros por una carretera estrecha y sinuosa -con 34 cerradas horquillas- que asciende hasta los 1.607 metros casi desde el nivel del mar. Como el Turini es cruce de varios caminos, también se ha empleado a veces la carretera entre Moulinet y Peira Cava. Desde 2002, este tramo se disputa de día en el Rallye Monte-Carlo, ajustándose a los estrictos horarios del moderno Mundial de la FIA. Pero el Rallye Monte-Carlo Histórico sigue ofreciendo a su público y a sus participantes la famosa «Noche del Turini».