En 1948, en el Salón del Automóvil de París, se esperaba con expectación la llegada de un nuevo modelo de Citroën. El runrún que venía escuchándose en el mundillo de los periodistas del motor y los aficionados apuntaba hacia un vehículo pequeño y práctico pensado para el campo. Por supuesto, con tracción delantera. Nadie pensaba en grandes alardes técnicos o estéticos.
La sorpresa fue mayúscula cuando Pierre Boulanger, Director General de Citroën y artífice de este nuevo concepto de movilidad, retiró el velo que ocultaba el nuevo modelo ante un público selecto. “Aquí está el coche del futuro”, dijo Boulanger ante una sorprendida audiencia, encabezada por el entonces Presidente de la República Francesa, Vincent Auriol.
Los asistentes a esta ceremonia y todos los que acudieron al Salón durante los días posteriores se quedaron patidifusos al ver la estética peculiar de este modelo. Hubo comentarios para todos los gustos. Desde “horrible” “raro” o “espantoso” a “divertido” o “único”. La prensa, por su parte, no fue demasiado indulgente con su diseño. Sin embargo, ni crítica ni público tuvieron la oportunidad de quedarse de piedra con su motor, ya que ninguna de las 3 unidades expuestas disponía de él.
Detrás de esta ausencia se ocultaba un cambio técnico de última hora. El arranque de lanzadera mecánica, accionado por el conductor, acababa de ser descartado y el arranque eléctrico definitivo todavía no estaba totalmente a punto. Por esta razón, Citroën decidió no mostrar nada hasta 1949, despertando la curiosidad de los periodistas especializados, que estaban dispuestos a todo para desvelar qué se ocultaba debajo del capó de ese automóvil tan extraño. Algunos llegaron a asaltar el circuito de pruebas de la marca en La Ferté-Vidame.
La intriga se resolvió al año siguiente, cuando un 2 CV que enseñaba todos los secretos de su motor de 375 cm3 refrigerado por aire, con transmisión de 4 velocidades y 9 CV de potencia, fue el rey y señor del stand de la marca. El entusiasmo no fue unánime: “Desde luego, este automóvil no va a ayudar a sanear las finanzas del Estado”, se lamentó el ministro de Hacienda y Asuntos Económicos galo de aquellos días, Maurice Petsche, al ver sus características y, sobre todo, sus escasos dos caballos fiscales.
En el Salón de 1950, el Citroën 2CV volvió a marcar otro hito con la publicación del catálogo más pequeño de la historia del automóvil. Ya en 1949, la marca había batido récords con un tríptico minúsculo, con 4 ilustraciones en blanco y negro. Al año siguiente, Citroën llega todavía más lejos con un documento de 9 x 13,5 cm, impreso por una sola cara y con un plano de costado del Citroën 2 CV Camioneta como única imagen. Sus prestaciones se explican por sí mismas.
Un pequeño gran coche
Con el objetivo democratizar el automóvil, el proyecto del 2 CV, también llamado TPV (Toute Petite Voiture, Coche Muy Pequeño), nace en 1938 con la idea de crear un vehículo destinado a las clases sociales con pocos ingresos del mundo rural. Pierre Boulanger redactó este pliego de condiciones: «cuatro plazas sentadas, 50 kg de equipaje, 2 CV fiscales, tracción delantera, 60 km/h de velocidad punta, caja de cambios de tres velocidades, mantenimiento sencillo, con una suspensión que permita atravesar un campo arado con una cesta de huevos sin que se rompa ninguno, y con un consumo de sólo 3 litros a los 100 kilómetros». Suspendido durante la guerra, el proyecto dará lugar al Citroën 2 CV en 1948.
En un país en reconstrucción, que aspiraba a un mayor bienestar, su lanzamiento comercial llegó en el momento oportuno. Disponible, en un primer momento, exclusivamente en forma de berlina descapotable, desde 1950 se ofrece también en versión furgoneta. Se venderán más de 5 millones de unidades hasta el cese de su producción en el año 1990.
Comercializado en diferentes versiones como Charleston, en carrocería bitono, o el Sáhara, versión 4×4 con dos motores, ha marcado la memoria de varias generaciones con su silueta redondeada. Más que un símbolo, el 2 CV es una forma de vida.