Tener un clásico, sea el más exclusivo o el más popular, no es como comprarse un coche nuevo. A veces es fruto de un largo sueño u otras veces simplemente de la casualidad: un coche encontrado abandonado en un garaje, en un granero, alguien que por determinadas circunstancias ha de deshacerse de él….
En el caso de nuestro protagonista, un R6 fabricado por FASA Renault en el año 1985, he de decir que fue más bien él quien me encontró a mí. Tenía con muchas vivencias sobre sus ruedas pero estaba en bastante buen estado. Su destino, tras haber hecho muchas jornadas de campo de la mano de mi hermano Rafael como compañero de garaje de un Range Rover de la primera generación (ya ven que contraste), y servido de coche escuela a tres sobrinos, era cumplir la misma función para mis hijos.
Pero pasaban los meses y el amarillo R6 continuaba dormitando en el garaje. Y un día sus faros, cruzaron mirada con mis ojos. Parecía que había algo de tristeza en ella, como si se sintiera, tras una vida intensa, algo abandonado e inútil. Y es que los coches, los clásicos, tienen alma, sentimientos…
Por trabajo uno conduce los modelos más modernos que salen al mercado, analizando cualidades y defectos, modelos que incorporan los últimos avances de seguridad, de ayudas a la conducción, vamos, una maravilla tecnológica. Pero al final uno echa de menos las sensaciones de una conducción en estado puro.
Así que un día, tras recargar la agotada batería, tiré del mando que cierra la entrada del aire en el carburador (una maniobra que ya pertenece a la historia y que resultará desconocida para cualquier joven conductor), giré la pequeña llave de contacto y el cuatro cilindros tras unas “toses”, cobró vida con el característico sonido de los Renault de hace varias décadas. Tras un rato calentando, mientras paulatinamente iba abriendo el mando del aire, el medidor de temperatura alcanzó la zona de uso. Pisé suavemente el pedal de embrague y metí la primera con el cambio de marchas que emergía del salpicadero. Segunda, tercera y cuarta marcha: el R6 parecía recuperar la alegría de vivir y mi boca dibujaba una sonrisa de placer según pasaban los kilómetros. Volví a casa tras un breve paseo. Y todas las semanas se repetía escena y escenario y, con el tiempo, las salidas se hacían más frecuentes. En esos paseos se iba agitando una idea: había que hacer algo en que el R6 fuera protagonista.
Un poco de historia
En mayo de 1969, la entonces FASA Renault presenta en el Salón de Barcelona el R6. Este modelo había nacido en Francia un año antes con el fin de ofrecer a los usuarios del exitoso R4 un modelo también de tracción delantera, más moderno, menos rústico, y con un estilo de carrocería que siguiera las líneas del superior R16.
A diferencia del francés, el R6 español contaba con un motor de más cilindrada, 956 cc, proveniente del R8, y con 38 CV de potencia. A partir de 1974 se incorpora el motor de 1108 cc (Cleon Fonte), versión que resulta fácilmente distinguible visto de frente, de los modelos anteriores, por sus faros cuadrados en lugar de redondos. Su carrera fue muy longeva y hasta nada menos que el año 1986 se mantuvo su producción en Valladolid.
Y llegó este año de 2019, cincuentenario del último concierto de los Beatles en la terraza del número 3 de Savile Road; del estreno de Midnight Cowboy de John Schlessinger; de aquel pequeño gran paso de Neil Amstrong sobre la luna…, y el del inicio de la fabricación del Renault 6 en España.
Un café, una idea
Una conversación en torno a un café con José Luis López Valdivielso, hijo de D. Santiago López (cofundador de FASA Renault), hablando de carreras, de pilotos (Jacky Ickx, por supuesto). Recordábamos viajes y retos de los años cincuenta y sesenta, como la vuelta a España en ciento veinticuatro horas en un Seat 124, del inolvidable periodista Virgilio H. Rivadulla y el piloto Carlos del Val. Y con el R6, un sacrificado coche para las familias pero también para el trabajo, de médicos rurales, veterinarios o panaderos (eso sí que era versatilidad) le conté que quería hacer algo, por ejemplo una ruta por seis provincias de un tirón y que si sería posible poner el coche a punto en sus instalaciones de los concesionarios VASA-Arroyo. “Es una buena idea, me gusta ¿podría ir yo?, me preguntó José Luis. Pocas preguntas me podrían haber hecho más ilusión y el “contrato” quedó firmado.
“Y para hacer el reto más interesante, mejor esperar unos meses, al mes de noviembre y por carreteras, sin apenas tocar una autovía”, dijo mi buen amigo.
Pasó el verano, retomamos la idea y pusimos fecha: 19 de noviembre. Ruedas nuevas, una revisión en los talleres del concesionario Renault de Valladolid VASA Arroyo, de la mano de Abel y Jesús, (fundamentalmente, sustitución de correas, cambio de aceite, filtros y de bujías, reparación de las sujeciones del escape). Y adelante con el apoyo de la Fundación Michelin, Repsol y Mapfre que, tras estudiar la propuesta, decidieron unirse al proyecto atraídos por el lado “romántico” de la idea: las empresas también tienen corazón, el de las personas que las conforman.
En carretera
Tras la presentación a la prensa el jueves 14, llegó el martes, el gran día. A las 8:30 partimos del concesionario Renault Vasa Arroyo y 55 minutos después, siempre por carreteras (Cigales, Corcos, Santa Cecilia del Alcor…) entramos en Palencia. Y a continuación, por un bellísimo recorrido (P 405, BU 405) con muchas curvas que no alteraban nuestra marcha (y corzos, perdices, rapaces, un paraíso) se alcanzaba Burgos a las 11:20 horas. Sesión de fotos, un café rápido y en marcha hacia León, por la Nacional 120, Camino de Santiago: niebla, muchos peregrinos a pié y ciclistas, no siempre con la ropa adecuada para hacerse ver.
La ruta era seguida en todo momento por el sistema para compartir ubicación en tiempo real de WhatsApp, mientras que una cámara móvil grababa algunos tramos del viaje. Eran los únicos elementos que nos unían al presente pues, en cuanto al resto, era todo un verdadero paseo por el pasado, incluidos los mapas Michelín que servían para realizar pequeñas correcciones sobre el recorrido planificado previamente.
A las 15:00 horas el Renault 6 entraba en León, con encuentro con sus anteriores usuarios, y cita en San Marcos donde nos esperaban mis hermanos Javier (escritor, amante de la fotografía y a quiñen le debo mi afición por los motores) y Rafael (anterior propietario del R6) y su hija Gracia. Tras una sesión de fotos ante esta joya del plateresco, los viajeros y su R6 emprendían el camino a Zamora por la N 120, con parada en Benavente para un breve almuerzo, llegando a la cuarta cita de la ruta, la capital zamorana a las 18:40 horas, después de atravesar el tesoro natural de Villafáfila cuando ya caía la noche.
El siguiente objetivo era Salamanca, alcanzado a las 19:40 horas. Y la última etapa nos llevaba hasta Ávila, séptima ciudad del recorrido, en la que se entraba a las 21:55 horas. Tras una sesión de fotos a los pies de la muralla, y un descanso, llegaba la hora de retornar Valladolid, llegando al punto de partida a las 0:55 horas: el cuentakilómetros señalaba que habíamos recorrido 812 kilómetros, con un consumo medio de gasolina de 6,4 litros, un nivel de aceite que no había variado en todo el camino, y un sonido del motor con la frescura de un modelo recién salido de la fábrica: toda una frescura.
Junto al sorprendente comportamiento del coche, quedaba también la sensación de no haber recorrido todos esos kilómetros: el eslogan de hace cincuenta años de «Renault, mecánica y confort», estaba vivo.
La última foto, y mis ojos se encontraron con sus faros. Y sentí que se volvía a cruzar una mirada de complicidad, o más bien de orgullo por haber cumplido de forma impecable el trabajo de llevarnos a casa. Una mirada llena de vida por habernos devuelto el gusto por el viaje, el placer de sentir.